¿Cómo mejorar la intimidad con nuestros pacientes en terapia?

¿Por qué leer este artículo? Es una reflexión sobre un tema que nos implica a todos como profesionales de la salud mental, sobre todo a aquellos que entendemos la psicoterapia como una relación, en la que el miedo a la intimidad puede suponer una paralización o un obstáculo para la buena marcha del proceso. Tener en cuenta algunas claves que Rosario Castaño aporta en su conferencia, puede ayudar.

Escribo este artículo después de asistir a una conferencia sobre el miedo a la intimidad en psicoterapia impartida por Rosario Castaño, con el objetivo de trasladaros algunas reflexiones sobre el tema que espero os sean de utilidad. La autora comparte una idea que me resuena en la cabeza, una idea que he escuchado a lo largo de la pandemia de la mano de diferentes pensadores, profesionales, enfoques o momentos, la idea de que vivimos en un caos tan grande en esta circunstancia con tantas noticias, cambios, problemas, soluciones e incertidumbres, que no tenemos tiempo de pensar, no tenemos momentos de tranquilidad y parece que echar la culpa al otro de la incertidumbre que vivimos, ha sido algo que nos ha aportado cierto control, quizás, cierta externalización.

Nos ofrece un paseo por un tema muy complejo y, desde el principio, nos avisa sobre lo vasto del tema y la necesidad de simplificarlo para que quepa en un par de horas. Su conferencia está plagada de referencias a diferentes autores, citas complejas que complementan lo que nos cuenta, así como referencias a casos clínicos (los casos clínicos no se detallan aquí por confidencialidad).

1. ¿Qué es la intimidad?

Lo primero que sorprende es la definición de intimidad como “el arte de contar la vida, o el arte de vivir contando la vida”. Me hace pensar en cómo damos por hecho la intimidad, como si por entrar en relación con el paciente, la intimidad se diera por sentado. Y no es así. Conseguir que el paciente cuente su vida, con profundidad, más allá de los hechos subjetivos que ha vivido o de lo que cuenta la familia o los amigos acerca de qué es o ha sido tu vida, es una tarea en curso, es un proceso. No se produce por el mero hecho de sentarte delante de un psicólogo y contarle lo que no le cuentas a nadie.

2. ¿Cuáles son algunas características de lo íntimo?

La intimidad no se da sólo por el hecho de compartir un secreto o porque tenemos una relación confidencial con el paciente por nuestro papel como psicólogos. Dice Rosario Castaño en referencia al paciente:

«si no me hace partícipe de un estado de emoción, seguramente nos quedemos en una intimidad ilusioria»

Esto implica que gestar intimidad en la relación terapéutica está conectado con lo emocional, no basta con contar hechos, debe existir esa conexión con cómo se siente el paciente en relación con esos hechos. Empezamos a ver cómo podemos, como terapeutas ayudar al paciente con la intimidad, vinculando lo que cuentan con las emociones asociadas a lo contado. No permitiendo que el paciente se quede en la superficie, ayudando a profundizar, yendo más allá de las ideas abstractas.

El modelo relacional en psicoanálisis nos lleva siempre a la consideración de que no somos neutrales, no somos objetivos, hacemos lo mejor que podemos y sabemos en cada caso concreto y en cada momento concreto. Otro terapeuta podría hacer algo diferente y puede que ambas cosas puedan ayudar al mismo paciente o que, pacientes diferentes puedan sentir mayor cercanía con un terapeuta que con otro.

A la hora de conseguir movilizar la intimidad con nuestro paciente la empatía y la conexión son importantes, pero pueden no ser suficientes, la vergüenza está en medio y debemos acogerla como parte del proceso. Creo que, una clave esencial en nuestro papel como terapeutas es el monitorizarnos lo suficiente, a sabiendas de que siempre será insuficiente. Nos pillamos en el enactment cuando “el daño ya está hecho” y la forma en la que conseguimos resolverlo, es la forma en la que conseguimos ir más allá. El reverso de la intimidad puede ser la vergüenza en muchas ocasiones, debemos ser conscientes de que tendremos que transitar por este sentimiento si queremos llegar a tener una relación íntima de verdad con nuestros pacientes. Y ésta es una de las grandes paradojas de nuestra profesión, tratar de quedarnos en lo que nos hace huir o escondernos porque no nos hace sentir bien o porque nos devuelve una imagen de nosotros mismos, que no nos gusta.

Confianza, seguridad, empatía, son palabras que suenan muy bien, pero quienes nos dedicamos a esto sabemos que llegar ahí, es un camino con muchos obstáculos en cualquier relación terapéutica.

3. ¿Qué dificultades nos podemos encontrar?

En la conferencia, las dificultades se dividen en dos, una parte que correspondería a características del paciente y otra que corresponde a características del terapeuta. Voy a comentar algunas que me parecieron interesantes y que, espero, os ayuden a considerar ciertos elementos en ambos lados, que dificultan el acercarse a la intimidad en la relación terapéutica.

En el lugar del paciente podemos encontrar una dificultad que puede hacer complejo el camino a la intimidad, es la falta de curiosidad. Si algo mueve el trabajo terapéutico es la curiosidad, quizás al principio es más el sufrimiento, pero en unos pocos meses la ansiedad puede volver a niveles tolerables, los propios pacientes informan de ello. Por eso pienso que es la curiosidad lo que les incita a quedarse, las grandes preguntas se asoman en los resquicios de lo que van descubriendo de sí, la curiosidad crece y las alimenta. El proceso de convierte, en ese punto, en algo apasionante. Pero ¿qué sucede con un paciente que no tiene curiosidad por sí o por el mundo? Que debemos ayudarle a crearla, debemos encontrar la manera de entrar ahí, de ver cómo se ha convertido en alguien que ha acabado no sintiendo interés por sí, puede que esa sea la esencia de su proceso terapéutico. Y, por supuesto, reemplazar su falta de curiosidad con la tuya. Si genuinamente no sientes interés por qué es lo que hace que alguien sea, viva, se comporte o se relacione de una forma o de otra, entonces, puede que te hayas equivocado de profesión.

En el lugar del terapeuta encontramos la resistencia a la contratransferencia. La necesidad de estar pendientes de las emociones que nos despierta el paciente, como parte del proceso, está fuera de toda duda. Otra cosa diferente es que seamos capaces de percibirlos todos, en muchos casos, no seremos conscientes de ellas, hasta que no nos veamos en medio de una actuación en la sesión. Para la autora, esto genera un debate, que es un debate abierto en IARPP Internacional, sobre si es necesaria la revelación en el tratamiento. La autora defiende que lo necesario es la autenticidad y más allá de eso, considerar la revelación como un recurso, pero no como una obligación, como algo que se resuelve una vez somos conscientes de ello. Coincido con ella en este tema, el debate es interesante, el enactment y la autorrevelación son elementos “nuevos” en nuestra práctica clínica, nuevos en cuanto a conceptualización. Pero eso no quiere decir que sea necesario usarlos sin medida y en cuanto tengamos ocasión, como si eso fuera la panacea, como si el sólo hecho de que el paciente sepa este detalle o aquel, ya va a suponer un paso esencial en el caso. Como todo lo que hacemos en sesión, es fundamental pensar sobre ello, qué nos motiva para tomar una decisión y para no tomarla, en qué caso y en qué momento del tratamiento, qué espero conseguir y qué pasa si no lo consigo.

Otra de las dificultades que plantea es si toleramos lo que no sabemos del paciente. La intimidad es una característica de la relación terapéutica que va a ser inferida, la vamos a ir viendo aparecer con el tiempo y es importante que permitamos que ese tiempo suceda. La diferencia en materia de intimidad conforme pasa el tiempo con el mismo paciente es patente, ellos mismos son conscientes de cómo comparten al llegar y cómo comparten tiempo después. Ser capaces de sostener la incertidumbre, sin presionar al paciente para que “llegue” a una relación más íntima, al tiempo que le animamos a confiar y a preguntarse los motivos para no hacerlo, es el complicado equilibrio en el que trabajamos.

Me quedo con una idea de Rosario en la que explicaba sus propias emociones a la hora de atender a un paciente nuevo, nos contaba que, aunque de entrada se pueda sentir cierto reparo, miedo, respeto o llamémosle como queramos, ante un nuevo caso, lo que más resuena en ella es: “El sentimiento de tener que hacer algo”. Conecté mucho con esa idea, porque creo que eso es lo que mueve nuestro trabajo diario, que todos nosotros creemos firmemente que, ante las dificultades del que sufre, tenemos que hacer algo.

Espero que te haya servido de ayuda este post.

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Lorena Parra. Psicóloga Valencia.

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