¿Cómo ayudar a los pacientes a construir una relación equilibrada con ellos mismos?

Probablemente la tarea más importante que tenemos como psicólogos sea ayudar a los pacientes a establecer relaciones mejores, más ricas, más equilibradas, más sanas. Pero cuando hablamos de relaciones, tendemos a pensar en las relaciones con los demás. En general se puede decir que, si las relaciones con los otros son problemáticas, las relaciones con ellos mismos no suelen estar mucho mejor. Pensando en los extremos y sólo en los extremos, podemos encontrar pacientes que se miran sin percibirse, creyendo que están muy bien y que, como dijo Sartre: «El infierno son los demás». En el extremo opuesto encontramos pacientes que han desarrollado un odio visceral por sí mismos, que no creen que puedan ser queridos o apreciados por nadie y que ejercen diferentes formas de violencia sobre ellos mismos. El grado de conciencia que ambos grupos tienen sobre esto es relativo, en muchos casos, ni tan siquiera han pensado sobre ello antes de llegar a consulta.

Entre esos extremos podemos encontrar un abanico amplio de relaciones propias más o menos problemáticas, esto es material de sesión y objetivo de tratamiento y una de mis grandes obsesiones es ayudar a los pacientes a salir de los extremos y a reconocerse, a verse de forma más rica y diversa, entendiendo cómo se ha constituido eso que llaman autoestima o su ausencia. Conseguir que un paciente que tiene una visión distorsionada de sí se vea, es un proceso largo y complejo, una deconstrucción pausada, un proceso de integración emocional, vamos, algo que no se puede hacer en dos tardes.

¿De dónde sale el narcisismo?

Desde el psicoanálisis relacional entendemos el narcisismo y las perturbaciones narcisistas procedentes del mismo lugar, la exposición reiterada a las respuestas de quienes nos crían y la forma de hacerlo. De hecho Mitchell considera que la ampulosidad, la sensación de omnipotencia y la tendencia a la idealización son rasgos humanos, que sólo se diagnostican como problemáticos cuando están severamente exagerados en la personalidad del paciente. Cuando la crianza consigue su flexibilización, se convierten en elementos útiles para crear, vivir y relacionarse, se transforman en ambiciones y en ideales, todo ello enriquece la vida y la conforma. Cuando se produce un fallo en eso que los adultos que nos rodean deben hacer por nosotros se produce un trauma, un problema en el desarrollo que tomará caminos distintos en cada caso, pero todos ellos patológicos.

¿Y qué es eso tan malo que hace el adulto?

Hace casi lo peor que se le puede hacer a un niño, no verle y no reconocerle, que ser un sujeto separado sea algo problemático para los que te rodean, obligándote a renegar de ti, de tu propia visión, de partes de tu self. El niño tiene esa necesidad de ser reconocido como un sujeto separado, esto le permitirá verse y ver a los demás, reconocer y ser reconocido, impedimos su desarrollo cuando no podemos darles ese soporte. El problema aquí es que el adulto no lo hace porque no quiere o porque quiere fastidiar a su hijo, lamentablemente lo hace porque seguramente es lo que él mismo recibió de sus propios padres, nosotros lo llamamos trauma transmitido intergeneracionalmente. Una catástrofe que impide al niño, como ya impidió al progenitor, construir su propia subjetividad, ninguno de los caminos que va a seguir a partir de ese momento se puede considerar subjetividad y mucho menos propia.

¿Y el niño qué hace?

Así que aquí estoy yo, un niño pequeño, tratando de ser visto, es lo que un niño pequeño hace, lo que necesita, ser visto, que eso le ayude a construirse, pero necesitamos a un adulto receptivo y con sus propias necesidades cubiertas, que le vea y le devuelva lo que ve. Que es justo lo que un padre con un problema de este tipo es totalmente incapaz de hacer. Este progenitor sólo puede dar amor de forma condicional, le cuesta reconocer al niño y verle como independiente de sí, le cuesta reconocer la mínima deficiencia en sí mismo. La demanda del niño no es vivida con alegría y deseo de compartir, es vivida como una demanda irracional, egoísta, como si el niño te acusara de no estarle dando suficiente. La necesidad del niño hace tope con la propia necesidad del progenitor, nadie le ha enseñado, no lo puede enseñar a su vez.

El niño no se puede rendir, te necesita, quiere estar en conexión contigo, así que hará lo que sea necesario para conseguirlo. Los niños siempre se presentan como los padres quieren, porque lo único que desean es ser amados, reconocidos y aceptados, que su existencia sea validada, que se cuide de ellos, es una cuestión de supervivencia. No hay elección.

Con estas condiciones, ¿ cómo va a desarrollar el niño su propia subjetividad?

La respuesta es sencilla no va a desarrollar una subjetividad propia, va a desarrollar una subjetividad que encaje con la relación con sus progenitores. Y lo peor es que esta será la base que va a utilizar en las relaciones que establecerá posteriormente, encajar en grupos será un desastre, encontrar parejas será difícil, la retraumatización se va dar una y otra vez. No es que yo pienso que estén condenados irremediablemente, pero sí es cierto que con esa base, lo van a tener muy difícil. Vamos a ver dos caminos, no digo que sean los únicos, son los que nos solemos encontrar en sesión:

  1. Se produce un desprecio por las propias necesidades y «debilidades», rechazándolas en sí y en otros, y comportándose como lo hacía su progenitor. Hay una idealización de lo propio, quien soy y lo que quiero se convierten en el centro de todo.
  2. Sacrificio de lo propio, subyugación ante el otro para que me quiera y me acepte, la conexión con el otro se convierte en lo esencial porque en realidad no creo tener valor ninguno.

¿A terapia qué nos llega y qué podemos hacer?

Que el primer tipo llegue a terapia es difícil, pero a veces lo hacen y a veces se quedan, son pacientes muy complejos porque a terapia uno viene a ver qué está mal y cómo arreglarlo y a ellos eso de ver qué está mal, ya les viene regular. Así que el propio trabajo terapéutico pasa muchas veces por sesiones en las que te hacen sentir tan cosificado, estúpido y carente como se han sentido ellos. Sostener eso es complejo y genera una cantidad de frustración y de impotencia en el terapeuta, que si eres capaz de hacer algo constructivo con eso, puede que el caso salga adelante. Digo lo de hacer algo constructivo, porque en la vida real, lo que te dan ganas es de salir corriendo. Con estos casos tiro de uno de mis sentimientos favoritos, que es la compasión, escucho lo que hay debajo de toda esa descripción de perfección que hacen y trato de verlos como los niños heridos que son. A la vez trato de limitar mucho y no dar un paso atrás en cuanto al respeto y la consideración, si se lo permites, pueden ser muy hirientes y extremadamente desconsiderados.

El segundo tipo acude a terapia más a menudo, en algunos casos, porque se han emparejado con los primeros. Hacerles comprender cómo se han ido construyendo y ayudarles a quererse y a respetarse por quienes son, sostener lo que han recibido sin que lo vean como que ellos lo merecían de alguna manera, es parte del trabajo que hacemos. Ayudarles a construir una subjetividad propia, negociar las relaciones con los demás, resistir las demandas de sumisión y de subyugación a cambio del amor del otro, también forma parte del trabajo que hacemos. Y a la vez, no caer en la sutileza de acabar siendo nosotros quienes le subyugan, creyendo que sabemos qué es mejor para ellos. Siempre he preferido que un paciente se equivoque en sus propios términos a que acierte en los míos. Lo primero le va a ayudar a levantarse, a aprender, a sentirse mejor a la larga; lo segundo sólo va a hacerme sentir a mi como una «buena profesional», pero cuando yo no esté, las inercias y los automatismos volverán y será el paciente el que tendrá que luchar solo con ellos.

La relación que establecemos con nosotros es un tema apasionante, este artículo ya me ha quedado bastante largo, así que voy a parar ya. Pero voy a hacer algunos otros para hablar de otros temas relacionados que espero que os sean de interés y que os ayuden en vuestro trabajo con pacientes.

Espero que te haya servido de ayuda este post.

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Lorena Parra. Psicóloga Valencia.

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